Se hace la remake de "La Banda del Golden Rocket". A vos, ¿cuál te gustaría que vuelva?

julio 19, 2011

SIMPLE

Fue el Día de la Primavera de 2006 cuando Rodrigo se enamoró de Anita. Y fue el 25 de diciembre siguiente, entre pitos y flautas, papeles destrozados de regalo y botellas caleidoscópicas que coqueteaban con el sol, cuando le confesó todo su amor.
Ella, a modo de respuesta, estimo yo, le vomitó las zapatillas. Es que el amor no correspondido es como un dolor de panza, una otitis veraniega de tanta pileta.
Pero Rorro no se fue al mazo. El no tan particular de Anita no le hizo bajar los brazos.
Él sentía que tenía que seguir, hacer todo lo posible para que Anita lo quisiera.
Lo que Rodrigo no podía entender es que no se puede forzar a sentir al otro. Que a veces, no basta ni con todo el amor de uno para el otro.
A veces, las cosas no funcionan, el amor no corresponde y lamentablemente, aunque pese como un yunque el corazón, hay que afontar la realidad. A veces, la persona A no quiere a la persona B (o viceversa), y es tan simple como la tabla del uno. No hay que darle tantas vueltas, ni filosofar sobre el asunto. Si todos nos quisiéramos, esto sería un quilombo.
Mas Rodri no podía concebir la idea de que Anita no lo quisiera. Que no se diese tiempo para conocerlo y así descubrir que lo podía querer aunque sea un poco como él la quería.
Para Rodrigo la vida es perseverar y triunfar. Así que él no iba a echarse atrás.
¿Cómo sabía Anita que no lo quería? ¿Acaso ella sabía lo que se estaba perdiendo?
El que no se dio cuenta de lo que estaba perdiendo era Rodrigo. Todo ese tiempo perdido, y todas esas energías malgastadas que de haberlas ahorrado, podría haberse hecho una torre de ganas.
El amor sucede, simplemente, como una ráfaga de viento cuando abrís la ventana. Algo bueno. Algo simple. Algo así: caído del cielo. Y si no sucede así, simple, casi ineludible, yo en tu lugar me sentaría a preguntarme qué catzo es.
No se puede ir por la vida exigiendo la misma cantidad de cariño que uno entrega. Habrá que pegarse duro el marote contra varios cordones, habrá que secarse de tantas lágrimas pero, a la larga, uno termina comprendiendo que en este mundo a veces hay que deponer las armas. Y saber que por lo menos uno dio lo mejor de sí, aunque el resultado no sea el esperado.
Yo no soy partidaria de las claudicaciones, no. Pero no podemos ir por la vida a cualquier precio tratando de que nos quieran como queremos.
Capitalizar la frustación es sinónimo de evolución emocional. Costará, pero quién nos quita lo bailado.

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