Se hace la remake de "La Banda del Golden Rocket". A vos, ¿cuál te gustaría que vuelva?

diciembre 31, 2010

PARA FUERA TELARAÑAS (balance '10)

Terminar un año -y que enseguida comience otro- es de una mística increíble. Es otra oportunidad que viene pegadísima cuando ya agotaste la última.
Y quizás este año, para mí, haya estado cargado de cambios, externos y de los otros. Y debe ser por eso que el comienzo de los '10 (como en otro momento nos referíamos a los '80, o los '90) me será recordado como un muy buen año.
Y ya empiezo a llorar de la emoción. Ya me pongo sensiblemente pelotuda y vivo de recuerdos que he ido guardando a lo largo de todo este año. Pongo temas tipo "What a wonderful world" o "Viva la vida", de Chiquititas.
Y está bien. Me emociona ver a mis hermanos tan grandes. Verme a mí misma tan grande, tan distinta a lo que terminé el año anterior. NO me atrevo a decir que estoy más madura, pero estoy más asentada. Más conforme que nunca conmigo misma.
Este es otro año más que se va para El Gacetín. Y había empezado con todo, creo que nunca hubo tantas entradas como este año. Se ha sumado gente. He escuchado más "macanudo tu blog, me enganchó" este año que anteriores. Y la verdad que El Gacetín se lo merece. Siempre estuvo ahí -acá, perdón, acá mismo-, tan solito, leído por los copados de siempre. Y un día fuimos más. Y está buenísimo.
Nada más quería agradecer en nombre mío y de El Gacetín Macanudo la buena onda de siempre. Bien, muchas gracias.
Como a veces soy un témpano -y éste es uno de esas ocasiones-, les dejo una canción de Chiquititas que encierra todos los buenos deseos que espero que se cumplan en el 2011 a ustedes, a mí, a Gachi, Pachi, los dos pelotudos del fondo y para todos mis compas.

Que el 2011 sea su año, felicidades.

Viva la vida

DOLORES, NO LLORES

No llores, María, no llores. No derrames ni una sola lágrima.
Hablarme a mí misma no es psicosis. Es a modo de Valium, para apaciguar las aguas.
El problema no es inseguridad. No es mi carencia de sentido común. No es siquiera terquedad.
Es la falta de autoridad que tengo sobre mí misma. Y es por ello que una decisión en mí jamás es definitiva.
Si ya es sabido que nunca nada será suficiente, debería de entenderlo. Someterme a la cruel verdad, asimilar que haga lo que haga, no va a bastar -porque para algunos nunca nada será suficiente-.
Pero, repitiendo hasta el hartazgo, es falta de autoridad, de respeto sobre mí misma lo que me aqueja.
No hay ningún santo y seña, no hay palabras mágicas, no hay siquiera un código morse que borre este ser de mí.
De repente, creí que era algo que iba a desaparecer con los años. Que la madurez iba a hacerme tal cual, igual a resto. Porque yo, en el fondo, siempre quise ser igual a los demás.
Todos estas emociones, todo este ser sensible, vivir tan a flor de piel me llevan a ver la vida desde otra óptica. Reparar en cada palabra utilizada, analizar cada ademán como un signo visible de personalidades ajenas. Que me han llevado a mandarme tantas cagadas...
Es casi padecer de ciclotimia. Es nunca tener certezas -y siempre tener miedos-. Porque una decisión nunca es definitiva.
Correr. Y no frenar hasta Dolores. Esa es la sensación.


¿Quién carajo te dio un lugar?. Si siempre hubo que gritar y hacerse valer.
Rayadísima, sí. Pero estos pulmoncitos siempre supieron cómo actuar. Dirigieron la batuta y fue menester bajarles un toque el copete porque -siempre, también- se iban de mambo. Por eso soy así, un torbellino. Y sí, una carencia absoluta de medidores de consecuencias.

Sinceramente, ya no tengo ganas de poner mi empeño para filtrar los pensamientos. Quien quiera oír, que lo haga. Al que le quepa el zapato, que se lo pruebe. Ya estoy pasada de rosca, ya ha pasado mucha agua debajo del puente. Ya me he cuidado, ya he sido benevolente, he pensado en quien tengo en frente y protegerlo de mis ganas de escupir mis ideas.
Ya lo hice, y como me hinchado las pelotas de que todos escuchen y no oigan, ahora voy a empezar a cagarme en todo. Yo lo lamento, evité por todos los medios llegar a esto, pero el vaso se ha rebalsado.
Y a quien no le guste, bien puede cortar todo tipo de trato para conmigo.
No me va a dar pena.

No llores, María, no llores. Derriba de cuatro tiros todo ataque a la emoción.
No derrames ni una lágrima. Sé más fuerte. Reíte. Corré, corré hasta Dolores, sin parar. Y no te des vuelta a mirar.

NO VOY EN TREN (ni en avión)

Viajar en colectivo es toda una experiencia.
La verdad, yo viajo hace muchos años en colectivo, en forma constante.
Ya he contado que el 92 tiene el recorrido más lindo, que los 61-62 son los coches más confortables y que las máquinas expendedoras se le traban sólo a las mujeres.
Pero hoy les vengo a contar lo que vive uno día a día sobre estos mounstros de más de tres ejes.
Ante todo, el colectivero. Hombre parco que se quita la coraza ni bien le deseas "buenos días", y le pedís boleto hasta Correo.
Te ubicas donde podes, conseguir un asiento en hora pico es más difícil que ganar algo en lo de Susana Gimenez.
Y mientras, vas viendo cómo se ubican los demás. Aquéllos que suben, sacan boleto y se quedan cerca de los primeros asientos son unos terribles mediocres chotos que merecen la hoguera. Gente, dénse cuenta, ¡estorban!, vayan para el fondo.
Pero no, ellos se quedan por ahí, deben creer que el fondo está lleno de maleantes y gente amiga de lo ajeno. No sé que le pasa a una persona por la cabeza cuando elige para su vida el primer tramo del bondi. Eso es aceptable nada más para jubilados, o abuelas que viajan con niños pequeños.
Entonces tenemos a los chotos de adelante, a los templaditos del diome (está bien quedarse ahí, pues en los colectivos de ahora hay mucho lugar para ocupar entre el primer tramo y el fondo, por la zona para personas con capacidades especiales, ya volveremos sobre eso) y los del fondo, que odian a los de adelante con todo su ser.
Volviendo a las personas con capacidades especiales, ¿notaron que el método para que suban al colectivo es totamente vejatorio y discriminador?; o sea, el colectivo tiene que frenar, el colectivero tiene que desajustar no sé cuantas tuercas y cinta scoth para armar la rampa para que el tipo en cuestión pueda subir. Eso no es inclusión, no sé, me parece a mí. Ingenieros, inventen algo nuevo.
Otra cosa típica del viaje en bondi es el viejo verde. El que ficha cada escote y cada culo que sube. Con una mirada lasciva que dan ganas de gritar "¡chofer, vamos todos a la comisaría más cercana!".
Peor que este engendro, es la mina que viaja parada, se agarra de las manijas de la baranda del techo y a cada rato se chequea el escote. ¿Qué miras, boluda?, ¿tenés miedo de que te las afanen, o que se hayan ido a veranear a San Bernardo sin avisarte?. No, no se te va a escapar una teta por aferrarte del pasamanos.Y no te preocupes, que de suceder, el viejo verde lascivo se te va a tirar encima y te vas a dar cuenta. Peor que el que sube y no tiene las monedas a mano -de este especímen especial de pelotudo ya he hablado en otra ocasión-.
Otra cosa rara es la vieja que busca apoyo. Que le parece siempre que el colectivo tarda, que se mete en el tráfico, etcétera. Su modus operandi es simple: resopla, dice algo por lo bajo -que bien puede ser "siempre la misma cantinela, todos los santos días"- hasta que alguien haga contacto visual con ella. Y ahí sí, cagaste, porque va a buscar convencerte de armar un motín para obligar al colectivero que vaya más rápido, que llegue antes a destino o que obligue a los jóvenes a ceder los asientos.
Pero si hay algo que me ofende hasta lo más profundo de mi entereza es el que se duerme y se te cae encima. Y siempre se sientan al lado mío, os muy chotos. Y siempre son gordos. A ver muchachos, peso 47 kilos, traten de no aplastarme. Tengamos el viaje en paz.

diciembre 08, 2010

JUAN MATRIOŠKA (el canto de la sirena)

En los últimos tiempos estuve bastante cosmopolita. Entre los muchachos de El Salvador, los ingleses (a los que les hice La Mano de Dios, en vez del típico "osooo!"), el reciente francés y mis expediciones por el mundo a través de la vida de otros, puedo decir que el mundo está aquí, en mi palma izquierda.
Mas te mentiría si no reconozco que hubo un antes y un después en éste, mi periplo desde la comodidad de Buenos Aires.
Ivan Zaitsev, el ruso, alias Juan Matrioska.
Ivan me arribó con un vaso de fernet, al grito de "A por ellos, a por ellos". Debía de creer que somos todavía colonia española, de modo que le frené el cántico, argumentando que si seguía diciendo boludeces algún fanático ferviente del fútbol, o cualquier cristiano harto del ruso nabo, iría a surtile unos buenos golpes.
En un castellano rico, me pidió que le enseñase la canción correspondiente:
-"¿Vos enseñarme la canción del fútbol?"
Yo, que hubiese accedido aunque me hubiera pedido algún encuentro carnal de cualquier tipo, me puse a cantar ahí nomás, y como si hubiese nacido para ello "volveremo', volveremo', volveremos otra vez, volveremo' a ser campeones como en el '86".
Será que en Rusia las minas no cantan canciones de cancha -eso de estar tan cerca de la Siberia y ese frío espantoso que tienen permanentemente debe de hacerlas algo frígidas emocionalmente-, o que Juan Matrioska carece de buen gusto (o simplemente tenía demasiado fernet acumulado), pero mi canto lo emocionó. Lo enamoró, más bien.
Y fue a partir de ese canto en que el ruso Ivan se convirtió en Juan Matrioska.
A partir de ese canto, tres litros de cerveza, fernet y unos cuantos vodkas.
-"Yo ser rusio. Argentina elegí porque yo quiero conocer latina. Yo Ivan Zaitsev. Ivan es su Juhan"
Ese fue el speech del ruso. Eso fue lo que dijo en su español paupérrimo.
-"Ah, los Ivanes en Rusia son lo que acá nuestros Juanes"

Pareció que hubiese dicho "te ganaste el gordo de Navidad", porque al terminar de decirle este silogismo estúpido (y llamarlo silogismo es una falta de respeto para la Lógica), Juan Matrioska aplaudió, me subió a la barra y agitó a la gente para que arengue. Faltó que gritara "el que no hace palma, no banca los trapos".
Sentí miedo. Un ruso acoholizado (y eso que los rusos deben estar siempre borrachos, si toman vodka todo el tiempo para calentarse, porque están muy cerca de la Siberia, y por ese frío espantoso que tienen siempre) hacía un cortejo de levante patético.

No hubiese sido tan terrible de no haber sido por la máquina de humo.
Vieron que en todo lugar pedorro de clase C hay una pedorra máquina de humo que asfixia y te llena el lugar de olor a crematorio (que nunca mide más de 4 m2, sino no se notaría el humo de fantasía). Se ve que en Rusia no hay máquinas de humo -y sí, con ese frío de mierda que tienen siempre, los boliches deben estar llenos de niebla, o cómo catzo se llame el fenómeno climatológico que los afecta-, porque cuando el nabo del tipo ese que se cree músico porque engancha temas (sí, el disc-jockey; léase: disc, jockey), puso la máquina en funcionamiento -y seguro a toda potencia, debe creer que tiene onda-, Juan Matrioska se puso pálido (más de lo normal, y eso porque están muy cerca del Polo, ni sol tienen, y encima el comunismo no les funcionó, una pena), y creo que por un instante, perdió la conciencia. Yo cuento en esta parte de la anécota también, pero de pura maldad, que el ruso se hizo pis encima del miedo.

-"Are you okey?", si, soy casi poliglota. Un toque me preocupé por el ruso. Quizás hasta me podría casar y tener la cuidadanía europea (¿está Rusia en la UE?, con el frío que hace y por estar tan cerca de la Siberia, yo no los dejaría entrar).

-"¡VAMOS A MORIR TODOS!", gritó el ruso atrevido, "¡FUEGO, HUMO!". Ahora le salía el castellano. Seguro era de Glew el ruso.

Acto seguido, salió corriendo. Yo lo seguí a ruso, era obvio que me iba a reír mucho.

Lo encontré corriendo por la vereda de Alvarez Thomas. Hasta que se refugió en un puesto de diarios. Pobre canillita, recién levantado, escuchando un ruso que decía que el boliche se había incendiado, que llamara a los firefighters.
Por suerte llegué, a tiempo para decirle al canillita que era todo mentira, que el ruso se había tomado hasta el agua de los floreros y que todo había sido producto de una máquina de humo berreta.

-"Pibe, volvete a la Siberia", le dijo el canilla. Un maestro, un capo. Chapeux al hombre éste.

El ruso se sentó en el zaguancito de una casa de esas que abundan en Colegiales.

-"Perdona, creó que era fuego"

-"No, está todo bien, Ivan. Vamos a ver si nos dejan entrar de nuevo sin garpar"

La verdad, hubiese preferido cruzarme con el Ruso Suar, más que con Juan Matrioska. Me parece que hubiese sido más divertido.
Nunca, nunca se me va a cruzar por la mente ir a Rusia. El problema es que está muy cerca de la Siberia...

LO QUE TE HAGA FELIZ (poné tu mano acá)

"¿Esto es lo que te mueve?"
Le pregunté.
"Totalmente, ¿a vos no?"

Fue una mojada de oreja. Pero ni me inmuté, sabía que me miraba a través de esos Rayban oscuros.
Cuando me gustas, me vuelvo estúpida. Seguro estaba paradita ahí con cara de amor, seguro tenía las rodillas enclenques, seguro tenía los ojos brillando.
Cómo reías. Corriste hasta la orilla y mojaste los pies. Decías que de chico, te parabas ahí y saludabas a África.
Confesé que hacía algo por el estilo.
Todos los sonidos se ausentaron, y yo me quedé ahí, tonta, parada, mirando como te mojabas los pies. Con los zapatos en las manos, no quería llenarlos con arena.

"¿Qué haces?, no te quedes ahí, vení, moja los pies"
"Preferiría que no, estoy bien así"
"¿Sos feliz?"
"¿Con qué, con vos, con la vida?"
"No sos feliz, Mari, hubieses contestado directamente que sí. Si no estás siendo feliz, no está funcionando"
"Si, no sé, tendría que funcionar, ¿no?"
"Vení, moja los pies, es un algo con qué empezar"

Ya estaba en el baile, tenía que bailar.
"No, me puedo contagiar cualquier cosa"

"Alegría, por empezar. ¿Qué te haría feliz?", me preguntó, otra vez, tras los Rayban. Pero yo sabía que me miraba a los ojos, profundo, más que nunca.
Y tuve miedo. Como siempre, tuve miedo de llorar, de abrumarme, de colapsar y mezclar las cosas. Conté hasta diez.

"A mí me haría muy feliz mojar los pies en la orilla"
"¿Y qué haces ahí parada, entonces?. Vení y meté los pies"
"Já, quizás eso es lo que haga, cuando digo que voy a cambiar el mundo"

Me miró de nuevo, tras los lentes. Y me agarró la mano, y con ella se tapó la cara, para tapar la sonrisa que se le escapaba de tanta felicidad. Porque él sí, él hizo todo lo que le hacía feliz.

EL DON DEL LLANTO

Yo no soy una mina de llorar. No sé por qué, no fui bendecida con el don de llanto. Para qu eyo derrame una ágrima, debe aconteer algo similar a un catacismo. Algo que me de muchísima brnca; tengo que estar hiper enfadada para que se me llenen las cuencas ópticas de agua salada y la nariz, de mocos.
Pôr ejemplo en tres meses elegidos al azar (enero a marzo, 2009), lloré en la costa, de enojada nomás y casi, en e final de una novela. Pero fue una falsa alarma, se me había metido una basurita en un ojo.
Creo que mi escaso quiebre al llanto debe responder a algún trauma psicológico de la infancia. Ahora que hago una retrospección, recuerdo que de chica, cada vez que lloraba para que me den bola, mi papá me decía: "estás llorando de cansada". Y no conseguía nada, sinoq u me dejen llorar sola, hasta que me daba cuenta que así no conseguía nada.
Yo sé que llorar, lloran hasta los valientes. No es que no llore por temor a ser tildada de cobarde, o por temr de salir a la calle y que me griten "¡LLORONA!" desde el 22. Ese no es mi tema.
No tengo rollo en llorar frente a alguien, si tengo motivos para llorar.Pero una persona llorando genera en mí una incomodidad descomunal. Me dan ganas de vociferearle "dale, maricón, llorando no se solucionan tus problemas, deja de moquear". Pero bueno, no soy Dios ni ninguna autridad cometente para obigaros a cesar el llanto -ahora, si lo fuese, ¡agárrate, Catalina!-.
A veces me gustaría ser más sentimental, más de llanto fácil. ¡He visto gente llorar con películas!
¡Increíble!, qué genial.
Voy a probar viendo "Los Puentes de Madison". Me dijeron que es re llorabe. Que sé yo, probemos.
No sé si es que tendré el corazón helado, o distraído con otros temas. Pero no tengo el don del llanto. Y no me pesa el espirítu.

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