Se hace la remake de "La Banda del Golden Rocket". A vos, ¿cuál te gustaría que vuelva?

diciembre 31, 2010

NO VOY EN TREN (ni en avión)

Viajar en colectivo es toda una experiencia.
La verdad, yo viajo hace muchos años en colectivo, en forma constante.
Ya he contado que el 92 tiene el recorrido más lindo, que los 61-62 son los coches más confortables y que las máquinas expendedoras se le traban sólo a las mujeres.
Pero hoy les vengo a contar lo que vive uno día a día sobre estos mounstros de más de tres ejes.
Ante todo, el colectivero. Hombre parco que se quita la coraza ni bien le deseas "buenos días", y le pedís boleto hasta Correo.
Te ubicas donde podes, conseguir un asiento en hora pico es más difícil que ganar algo en lo de Susana Gimenez.
Y mientras, vas viendo cómo se ubican los demás. Aquéllos que suben, sacan boleto y se quedan cerca de los primeros asientos son unos terribles mediocres chotos que merecen la hoguera. Gente, dénse cuenta, ¡estorban!, vayan para el fondo.
Pero no, ellos se quedan por ahí, deben creer que el fondo está lleno de maleantes y gente amiga de lo ajeno. No sé que le pasa a una persona por la cabeza cuando elige para su vida el primer tramo del bondi. Eso es aceptable nada más para jubilados, o abuelas que viajan con niños pequeños.
Entonces tenemos a los chotos de adelante, a los templaditos del diome (está bien quedarse ahí, pues en los colectivos de ahora hay mucho lugar para ocupar entre el primer tramo y el fondo, por la zona para personas con capacidades especiales, ya volveremos sobre eso) y los del fondo, que odian a los de adelante con todo su ser.
Volviendo a las personas con capacidades especiales, ¿notaron que el método para que suban al colectivo es totamente vejatorio y discriminador?; o sea, el colectivo tiene que frenar, el colectivero tiene que desajustar no sé cuantas tuercas y cinta scoth para armar la rampa para que el tipo en cuestión pueda subir. Eso no es inclusión, no sé, me parece a mí. Ingenieros, inventen algo nuevo.
Otra cosa típica del viaje en bondi es el viejo verde. El que ficha cada escote y cada culo que sube. Con una mirada lasciva que dan ganas de gritar "¡chofer, vamos todos a la comisaría más cercana!".
Peor que este engendro, es la mina que viaja parada, se agarra de las manijas de la baranda del techo y a cada rato se chequea el escote. ¿Qué miras, boluda?, ¿tenés miedo de que te las afanen, o que se hayan ido a veranear a San Bernardo sin avisarte?. No, no se te va a escapar una teta por aferrarte del pasamanos.Y no te preocupes, que de suceder, el viejo verde lascivo se te va a tirar encima y te vas a dar cuenta. Peor que el que sube y no tiene las monedas a mano -de este especímen especial de pelotudo ya he hablado en otra ocasión-.
Otra cosa rara es la vieja que busca apoyo. Que le parece siempre que el colectivo tarda, que se mete en el tráfico, etcétera. Su modus operandi es simple: resopla, dice algo por lo bajo -que bien puede ser "siempre la misma cantinela, todos los santos días"- hasta que alguien haga contacto visual con ella. Y ahí sí, cagaste, porque va a buscar convencerte de armar un motín para obligar al colectivero que vaya más rápido, que llegue antes a destino o que obligue a los jóvenes a ceder los asientos.
Pero si hay algo que me ofende hasta lo más profundo de mi entereza es el que se duerme y se te cae encima. Y siempre se sientan al lado mío, os muy chotos. Y siempre son gordos. A ver muchachos, peso 47 kilos, traten de no aplastarme. Tengamos el viaje en paz.

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