Se hace la remake de "La Banda del Golden Rocket". A vos, ¿cuál te gustaría que vuelva?

agosto 18, 2009

POBRE DE VOS

Pobre Leo. La verdad es que soy la última melodramática de los '80 (porque nací en el '89 y todavía se armaban reuniones de tupperware y existía el austral), y que todo lo que dije sobre él (acá y acá, podrán apreciar) fue porque tengo boca y cuerdas vocales y no uní pensamientos con raciocinio.
Pobre pibe, ¿qué culpa tenía él, pobrecito, de tener que bancarme mis pendejadas e histeriqueos constantes?. ¿Por qué tuve que comportarme así con él, que fue el único tipo que me trató de diez y nunca me mintió?.
Porque soy una afectada que no sabe controlar sus caprichos y que grita creyendo que de ese modo toma la posta de la situación y se calza los pantalones. Y porque hablo de mi misma en tercera persona cuando sé que me comporté de mala manera. Y nada más atinado que estas palabras que me salen.
Así, como hablé por hablar, dolida y con el ego humillado porque un tipo me había dejado y llamado histérica (y nada más atinado que su comportamiento y sus dichos) declaré de él, pestes. Lo maldije, negué lo innegable y lo terminé culpando de lo que era mi equívoco. Respaldándome con lo de mi "triunfo moral".
Pero como la vida es sabia, y más sabe el diablo por viejo que por diablo, hoy tuve que tragarme esta situación y bajarla con tres cigarrillos fumados uno atrás del otro en el umbral de casa, de lo que me quedó atragantada en la autoestima:
A las 10.20 de la noche se me ocurre quedarme sin cigarrillos. Anoche tuve el cumple de una amiga por lo cual me acosté tarde y hoy amanecí desganada y quisquillosa. Me puse lo primero que encontré (un buzo canguro que me queda corto y un jean que me queda enorme), y como no pude bañarme por estar mi baño en refacción, tenía el pelo agarrado con un ganchito de esos enormes que te venden cinco por dos pesos.
Y para completarla, cerrar mi imagen espantosa que hoy me calcé, me había sacado el esmalte con los dientes. De color rojo punzó.
Y así nomás, impunemente, fui al quiosco. No al de siempre, sino al de la avenida. Jamás voy a ese, pero corría el severo riesgo que mi habitual expendedor de nicotina estuviera cerrado.
Llego al quiosco, compro y me lleno el bolsillo del buzo de caramelos masticables. Y así retomé el camino a casa: fumando un cigarrillo sin bajar y comiendo caramelos Arcor.
Hice media cuadra y no sé por qué motivo del destino, o si fueron los astros los que se me pusieron en contra, que de un auto bajan tres tipos. Entre ellos, Leo.
Leo, justo ahí, justo yo así de mal vestida, con caramelo y esmalte en la boca y olor a cigarrillo en el pelo.
Él es un señor. Un caballero. Quiso hacer de cuenta que no estaba hecha una pordiosera y parecía de la calle, por lo que después de mirarme de arriba a abajo, no dejó de mirarme a los ojos cuando tuvimos que entablar la peor de las conversaciones. Esa formal que tienen dos personas que no se ven hace mucho porque se hicieron los boludos.

-"¡Hola!. Qué loco encontrarte justo acá. ¿Cómo estás?"
(la pizzería a la que entraba está a dos cuadras de casa).
-"¡Hola, Leo!. Las casualidades de la vida. Regio, ¿y vos?" (siempre fuiste un tarado, sabes que vivo a la vuelta, mogólico).
-"Bárbaro, me ascendieron en el laburo, así que en cualquier momento me compro el auto".
-"¡Ay, buenisimo, te felicito!" (desde que te conocí, pedazo de hijo de puta que me venís con el mismo pedo atravesado, como si a mi me fuese a importar si te comprás un auto o si donás un riñón).
-"No te veo hace miles, ¿qué onda tus cosas?".
-"Mejor imposible. Mañana arranco de nuevo la facu así que hoy voy a disfrutar de mi última noche de vacaciones" (¡¡mentira!!, voy a encerrarme en casa a leer blogs de desamores, comer chocolates y volverme una vieja solterona y la loca de los gatos. Bueno, algo me importa, sino le diría la verdad: me importa lo poquito que me queda de dignidad).
-“Me alegro por vos. Bueno, me voy a elegir lo que voy a cenar porque los chicos me van a matar. Nos hablamos, ¿dale?”.
-“Dale, que sigas bien, hablamos” (no me mientas más, turro, no me vas a llamar; y mejor que no lo hagas, porque me vas a saturar mi nivel de tolerancia a pelotudos como vos).
-“Chau, Mari”.
-“Chau, Leo”.

Eso. Chau, Leo. Para siempre. Me harté. De vos, de tu historia, de tu perra fea que me caía mal. De que me cagues a pedos cada vez que me prendía un cigarrillo. Cada vez que te dejabas puesto ese collar espantoso. De tus tatuajes, de tu cuadro de fútbol, de tu música. Me harté de tu historia, Leo. Y voy a resetear mi memoria, y hacer back up sólo de lo que me quiera guardar. Y sólo eso voy a contar. Nada de lo que me hartó, nada de lo que te hartó.

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